domingo, 31 de octubre de 2010

ESCRIBIR I: Contradicciones


Supongo que es la inexperiencia, las absurdas ganas de demostrarme no sé qué demonios, pero es que a mí escribir me duele. Sin dramatizar, sin convertirlo en sufrimiento, ni en expiación, pero duele. La ficción me duele. Igual que me resulta doloroso leer a ciertos autores. O que me duele cuando me río, a veces. Con determinadas risas que no creo que necesite explicar. ¿O será la vida lo que duele?

Será la bisoñez, o la estupidez, o la insensatez. Aunque lo más posible es que sea masoquismo, que no acaba en -ez, pero igual es una mierda.

Pero es que, insisto, a mí escribir me duele. Me duele inventarme cosas y que al final resulte que no es tanta invención, que son hombrecitos mal encarados que salen de los cajones a tocar los cajones a dos manos. O voladoras, tiernas, miopes campanillas que se dan de morros contra las ventanas cerradas.

A mí escribir me produce satisfacción y me produce rabia. Ya sé que a nadie le interesa que declare mi envidia hacia esos que dicen pasárselo bomba mientras escriben sus novelas como si estuvieran en Port Aventura, pero no puedo evitarlo. La maldita necesidad de expresar. Que me duele, oiga, y lo peor es que no encuentro el botón de apagado, ni siquiera el de pausa. Que ya les gustaría a los cuadernos. Aunque peor aún es no encontrar a nadie con quien compartirlo. Siempre hay una gota que se queda en el vaso; un silencio incómodo y una mirada con calificativo: inadaptada, esnob, masoca, infantil, joé, qué exagerada eres, ¿no?...

Y eso duele. (¿Alguien se acuerda de la Bombi?)

Bien pensado, sí, seguro que esto se me pasa con los años. También con la desgana, pero con los años, todos, sí. Seguro. Qué consuelo.

lunes, 18 de octubre de 2010

LA TRISTE PASIÓN


Quizá el perfecto equilibrio no se halle sino en el desasosiego y tengan razón quienes afirman que las buenas novelas nacen siempre de la insatisfacción, del desencanto. Es un equipaje demasiado pesado para arrastrarlo por los aeropuertos, de modo que a algunos nos da por dosificarlo. Dosis de 150, 200, 250 páginas. Los más abusones y conectados pueden pasar de las 500. (Me viene a la cabeza una autora que, para aliviar su desencanto, terrible, supongo, contó en una entrevista que, con el beneplácito de su editor, había hecho no sé qué en el word para que no mostrara el número de páginas... La memoria es caprichosa y la digresión, un caramelo). Tiramos de ficción para ir tirando y, de paso, tratamos de comprender algo de lo que nos sucede. Nos hacemos las clásicas preguntas que todo el mundo se hace, pero de un modo muchísimo más chic y de lo más cobarde: poniéndolas en boca de unos pobres personajes a los que someteremos a un sinnúmero de desgracias, sólo porque nosotros nos sentimos desgraciados. O tememos sentirnos.

Bref, que dirían los franceses.

Decía que dosificábamos. Hay también quien dice que siempre escribimos la misma novela. Que sería entonces lo mismo que decir que nuestro descontento es siempre por los mismos motivos, y esto es tanto (redoble de tambores para el triple salto mortal) como negar la capacidad de cambio. Me tiemblan las rodillas, y más deberían de temblarle a los psicólogos si esto llegara a saberse, así que me callo.

Que los escritores somos seres obsesivos, neuróticos, vanidosos, y un largo etc. de virtudes es algo que todo el mundo afirma con la naturalidad del Martini, blanco y en botella. Lo que no entiendo es porque nadie habla de la generosidad, de la empatía, del impudor que demuestran, novela tras novela, los grandes y buenos novelistas. Esos que actúan como médiums de su historia y no se les ve la sombra de los cuernos de fondo. Esos que no le piden matrimonio al desencanto y que no suman el masoquismo a sus virtudes y, sin embargo, se prestan a la obsesión de sentarse a escribir horas y horas, de actuar como filtros de la realidad, o mejor aún, como alambiques. Con lo que eso duele. Y que sufren, claro está, pero sin jactancia ni deliberación. Esos que procuran ser felices a pesar de que escriben, ya que no pueden evitarlo. Y que dosifican su dolor, además, de manera razonable y compasiva con el mundo (y cuentan las páginas, y todo).

Mi experimento consiste en descubrir un escritor feliz*. Para el trabajo de campo me he ofrecido como cobaya, sin valor científico pero con voto. Escribo y procuro estar contenta. Y como queso. Cada uno pierde el tiempo como le da la gana.


*¿Debería conformarme con hallar un ser humano feliz?

lunes, 4 de octubre de 2010

LA COMPOSICIÓN DEL AIRE. Luis Alberto de Cuenca.

ROMANTICISMO, HUMOR, AMOR Y ALGO DE DRAMA.

Por el puro afán de compartir me doy el gusto de traer aquí a uno de mis benditos, imprescindibles. Luis Alberto de Cuenca, que reúne en sus poemas esos ingredientes, entre otros, la composición del aire. Y el don del ritmo. No tengo ni idea de si son los mejores. Mañana elegiría otros, pero hoy es hoy. Y ya me callo, que dos son compañía...

CONTRA LAS CANCIONES DE OPÓSITOS
A Eugenio Gallego
Me he pasado la vida conciliando contrarios.
Pensando: bien y mal no son tan diferentes,
sí es muchas veces no, mi amiga es mi enemiga,
el placer duele tanto que parece dolor
y los días de fiesta son días de fastidio.
Me he pasado la vida tiritando en agosto
y muriendo de sed al lado de la fuente.
Pero esto se acabó. No quiero que la risa
se disfrace de llanto, ni que los besos hieran,
ni que la muerte salve, ni que el sol del verano
sea en el fondo sombra y océano el desierto.
Quiero volver atrás, al tiempo en que las cosas
no eran tan complicadas, y el amor no era odio,
y la nieve era nieve, y la paz y la guerra
eran palabras únicas, distintas, inequívocas,
y la doble cara de un mismo aburrimiento.
Ya no quiero sudar rodeado de pingüinos.

EL OLVIDO

La olvidé. Por completo. Para siempre
(o eso creía entonces). Me cruzaba
con ella por la calle y no era ella
quien se paraba ante un escaparate
de ropa deportiva, no era ella
quien compraba el periódico en un quiosco
y se perdía entre la muchedumbre.
Como si se hubiera muerto. No era ella.
Su nombre era el de todas las mujeres.

LA VERDAD

La verdad es que no sé qué es la verdad,
y no puede ser bueno que no sepa
algo tan importante como eso.
La verdad es que si alguien va y me dice:
“es muy sencillo, imbécil: la verdad
es esto o es lo otro o las dos cosas”,
me deja estupefacto. Y si pregunto
qué es la verdad en realidad, si esto,
si lo otro o si al tiempo las dos cosas,
mi informante contesta: “eso depende”,
y, la verdad, me quedo como estaba.

DE TANTO AMARTE Y TANTO NO QUERERTE

De tanto amarte y tanto no quererte
te has cansado de mí y de mis locuras
y le has prendido fuego a nuestra historia.
Tu ropa no perfuma ya la casa.
No queda ni una palabra de cariño
suspendida en el aire, ni una hebra
de azabache en la almohada. Sólo flores
secas entre las páginas del libro
de nuestro amor, y cálices de angustia,
y un delirio de sombras en la calle.

Todos los poemas han sido tomados de Luis Alberto de Cuenca: Poesía 1979-1996. Edición de Juan José Lanz. Ed. Cátedra, Letras hispánicas. Madrid, 2006.