Primero y principal, uno recuerda que está vivo y que esto es un privilegio y no un derecho. (...)
Ray Bradbury, Zen en el arte de escribir.
No tengo muy claro qué es eso de la realidad. No sé si es lo que veo en los telediarios, o cuando salgo a la calle. O cuando me meto en la cama y cierro los ojos y respiro profundo. Es posible que sean las piezas de un todo. Imágenes, percepciones, sensaciones, sentimientos, ideas acumuladas, un cieno tóxico que resbala por las paredes del vaso y se acumula. Y puede que rebosara (y rebosaría, y ha rebosado) si no pudiera escribir, si no tuviera amor y ese algo inexplicable que es la esperanza.
Son muchos los que dicen que la realidad la creamos cada uno.
Entonces, ¿qué es lo otro, lo de fuera?
A estas alturas no voy a sorprenderme por no entender nada. La cosa, bien pensada, es simple. Como hoy. Me levanto y me digo voy a estar bien. No porque esté mal, es como tomar vitaminas. Me preparo un café y me siento a la mesa. Y empiezo a escribir. Y a partir de esa higiene matinal suelo reparar en lo extraño que es estar vivo, lo acostumbrada que estoy, y el error tan grande en el que habito: como si fuera a ser eterno. ¿Cómo será no ser?
Que los muertos no escriban puede que no sea un hecho tan desgarrador. Después de todo, es posible que no lo necesiten: ya serán inmunes al veneno.