martes, 22 de noviembre de 2011


Ahora entiendo el porqué de los vampiros, de los autómatas, de los castillos medievales y los cementerios llenos de niebla; de los silencios encerrados que solo encuentran vía libre a través de caminos no evidentes, que terminan por serlo, aunque de otra forma.

Es lo que tiene estudiar, dejar que te cuenten, escuchar lo que tienen que decir los que más saben, los que han dedicado su tiempo, su renuncia, a leer lo que escriben los demás. Difícil tarea, la generosidad. La pasión, el compromiso.

Es magnífico ser alumno. Y descubrir la ganga de tener buenos profesores por taitantos euros el crédito. Es magnífico reírse de uno mismo: creernos originales y resultar nada más que ignorantes. Y desmitificar esa necesidad de hablar de mundos nuevos. Es magnífico tener oportunidad para el esfuerzo y meterse en la cama cada noche rodeada de hechos y pensamientos, tan bellos como amados. Un largo pasillo con puertas que se entreabren, para contrariar a las pesadillas.


martes, 15 de noviembre de 2011


No me da tiempo a todo. No es un lamento, es solo una descripción de mis días ahora. He pasado de una rica contemplación a una acción constante. Más mental que corporal. Mis monstruos me esperan, y no me queda más remedio que pedirles paciencia y observar por el rabillo del ojo cómo crecen, cómo empiezan a tener ideas propias, si es que eso es posible. Veo un mundo de incompatibilidades. No sé conciliar, no sé cómo podría. Tantos amores, deseos llenos de matices, intensos y sentidos. Sueño que escribo. Sueño con temas para tesis y tesinas. Sueño con mis monstruos, que me siguen mordiendo en cuanto me despierto. Sueño con que estás muy alto y no llego a tus labios. Quiero escribirlo todo, pero no me da el tiempo. Soy rabiosamente feliz a pesar de que la vida nunca me pareció más cruel. Ni más triste. Y los seres humanos, definitivamente, menesterosos, condenados a vivir incompletos. Condenados.

jueves, 3 de noviembre de 2011

SIETE MIL MILLONES

“Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay solo un único medio. Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir? Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta grave pregunta con un enérgico y sencillo debo entonces construya su vida según su necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente, debe de ser un signo y un testimonio de ese impulso.(...)” Rilke: Cartas a un joven poeta.



Me gusta prestar atención cuando la gente habla sobre escritura. Pregunto, incluso.
Y escucho a algunas personas manifestar con soberbia que ellos escriben. Que son creadores.
Otros lo dicen como si fueran Sísifos cumpliendo su condena. Como si no les quedara más remedio que llegar a casa y ponerse a escribir, a pesar de que parece repatearles hasta las entretelas, provocarles un sufrimiento sin medida.
Otros sonríen con cierta suficiencia y, con ligereza te dicen que escribir es tan natural para ellos, tan fácil, que son incontables las páginas que ya han escrito (y por eso no repasan los manuscritos de sus novelas).
Los hay que han publicado varias novelas y en el apartado profesión ponen cualquier otra cosa: profesor, camarero, vendedor, ama de casa. Y cuando les dices, entonces eres escritor, se ruborizan y responden pues supongo que sí.
Hay quien necesita que no haya interrupción, terminar algo y empezar algo nuevo, prontoyaaldíasiguiente, por miedo a que resulte haber sido casualidad, a no ser en verdad un escritor.
Y quien nunca ha escrito nada y se llama escritor sin pudor alguno, porque en su cabeza escribe sin descanso, grandes obras, obras maestras.
Y quien no dice nada, pero le brillan los ojos al oír hablar del tema, y se retira pronto a casa, con cualquier excusa.
Hay muchos, muchos más. Más de los que podría abarcar.
Orgullosos, en el fondo, de nosotros mismos porque escribimos. Porque sentimos ese debo: debo escribir, abrirme al mundo. Con humildad, algunos. Otros no. Seres que nos sentimos diferentes, especiales, porque hemos encontrado esa ventana abierta que da a poniente. Aunque ese sentimiento de ser especiales sea para nosotros mismos, se quede tras las puertas, en el sedimento del amor propio, de la responsabilidad para con quienes somos. Porque al escribir es que sabemos que somos quienes somos. Aunque seamos bien conscientes que eso no nos hace mejores, ni peores, sino solo uno más. Seres humanos. Uno más entre siete mil millones. Como para envanecerse.