sábado, 13 de noviembre de 2010

ESCRIBIR II: Lo que me gusta.


Me gusta cuando me dejo. Cuando resisto al miedo y permanezco delante de la pantalla, con ganas de reír o de llorar, o de salir, o de limpiar mis proverbiales azulejos, pero permanezco. Muevo los dedos, en toda mi pobreza, vulnerable, con toda la piel colgada en el perchero. Me gusta esa sensación a medio camino entre el sueño y la vigilia; escribo y las palabras parecen salir como por un atajo, se saltan la vía principal de la conciencia, no pasan por el córtex. Vibran en una frecuencia inusual. Sé y no sé lo que estoy escribiendo. Estoy concentrada, no hay nada más en el mundo, pero me parece que no es cierto, que en realidad estoy pensando en todo a la vez. Los pensamientos fluyen sin censura. Nubes en el cielo. Tráfico en la autopista. Ellos mismos se equilibran, crean su propio hilo conductor. Fluyen. Saben de lo que hablan. No podría ser más yo y sin embargo, lo que escribo es más ficción que nunca. Más de lo que sé, más incluso de lo que me gustaría saber, que se supiera de mí (qué tontería: si resulta que escribo porque hay una, o ninguna, persona con quien pueda ser la que soy, que es la que soy cuando escribo. Porque empiezo a intuir que no me bastará con el tiempo de una vida para comunicar quién soy, para saberlo acaso, y que todo tiene sentido porque existe esa figura, ese sueño más allá ...).

Me gusta porque sé que tiempo después retomaré el texto y encontraré. Sabré que he sido yo, pero un yo que desconozco, quizá más amable que la dama del espejo. O por odiosa más auténtica, pero yo: lo único que tengo. Qué pobre, qué vulgar, qué como todos. Qué dulce el consuelo, madre mía, saber que no hay separación, todos uno, como los mosqueteros. Y que lo demás es mentira, andamios para el ego. (Se me ocurre que quizá escribamos los inconscientes esenciales, los ciegos primordiales, los que somos incapaces de intuirnos. O los incrédulos...)

Y todo se termina, el fin de ese momento esférico, cuando te das cuenta de que estás escribiendo. Tal vez lo lógico, lo razonable, sería parar las máquinas en este instante, renunciar. Confiar en que volverá a darse la alquimia. Arriesgarse, rojo o negro, par e impar. Aceptar la inseguridad, el compromiso, la adicción. Aceptar la satisfacción profunda de haberlo hecho, el desasosiego de lo que puede que nunca más sea. La vida. Ni yo misma lo entiendo. Pero sigo confiando en que haya alguien que no lo entienda como yo. Sigo confiando. Quien lo probó, lo sabe.

2 comentarios:

  1. Sí, Lope, Lope... él ya está tranquilo, y mientras el resto aquí, dando la vida y el alma a un desengaño.
    :-)

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