martes, 15 de noviembre de 2011


No me da tiempo a todo. No es un lamento, es solo una descripción de mis días ahora. He pasado de una rica contemplación a una acción constante. Más mental que corporal. Mis monstruos me esperan, y no me queda más remedio que pedirles paciencia y observar por el rabillo del ojo cómo crecen, cómo empiezan a tener ideas propias, si es que eso es posible. Veo un mundo de incompatibilidades. No sé conciliar, no sé cómo podría. Tantos amores, deseos llenos de matices, intensos y sentidos. Sueño que escribo. Sueño con temas para tesis y tesinas. Sueño con mis monstruos, que me siguen mordiendo en cuanto me despierto. Sueño con que estás muy alto y no llego a tus labios. Quiero escribirlo todo, pero no me da el tiempo. Soy rabiosamente feliz a pesar de que la vida nunca me pareció más cruel. Ni más triste. Y los seres humanos, definitivamente, menesterosos, condenados a vivir incompletos. Condenados.

10 comentarios:

  1. Vaya, Leo, lo de la falta de tiempo me lo conozco. Y eso que tú te dedicas a lo que te gusta, tienes esa valentía. Al menos eso te sirve para ser "rabiosamente feliz". Aunque eso me suena a narrador poco fiable, yo no conozco a nadie que haga literatura cuando escribe y sea feliz. Como respodió no recuerdo quién a la pregunta de si era feliz: ¿yo? no, gracias a Dios.
    Si yo fuera feliz no habría escrito nada. Y sería peor de lo que soy, no me cabe duda alguna.
    Dices que quieres escribirlo todo.... nooooo....... :-) escribe sólo lo necesario, no todo merece ser escrito, ¿no te parece?
    De todas me encanta, te veo con hambre. Que lo disfrutes!

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  2. Ains, el temita de la felicidad daría para hablar vidas. En fin, a mí eso de que para escribir bien uno tenga que ser profundamente infeliz, alcohólico, insatisfecho, tener una vida de asco y tal, me parece un tópico, una pose más. Creo que la felicidad rosa, perfecta y eterna, no existe, ni tampoco la tan cacareada infelicidad del escritor maldito. Y se me ocurre que hay cosas bastante más dañiñas para un escritor, como la autocomplacencia, la pereza o la soberbia. O la falta de inquietudes. O la cobardía. O la insensibilidad.
    Como consuelo me queda que, si nunca llego a ser una buena escritora, a hacer literatura cuando escribo, como tú dices, al menos habré sido feliz. Menos da una piedra, ¿no te parece?

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  3. Leo, no me refería a ser alcohólico ni nada parecido. Estoy contigo en que eso son poses, salvo algunas excepciones.
    Lo que quiero decir es que cuando a uno le inquieta algo, le duele algo, o algo le da rabia, entonces no es feliz, y ese desiquilibrio es el que le lleva a escribir con un mínimo de criterio.
    Uno escribe porque no se encuentra bien, así de fácil. Yo no creo ni por un segundo que tú seas feliz. No me creo que puedas escribir lo que escribes siendo feliz. No lo harías tan bien.
    Claro, cuando hablo de felicidad hablo de felicidad más o menos a tope, de esa que sólo tienen los tontos o los egoístas, o los que no se enteran de nada. Si te fijas bien, la gente que dice que es feliz, es aburridísima.
    Uno que escribe, y nos entendemos, lo que tiene es esperanza, por eso escribe, de a ver si hay alguien ahí fuera que transmita en la misma onda. Pero vamos, que esto no son más que cosas mías.
    Abrazos

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  4. Me permito terciar en el debate. Me permito decir, Angel, que la concepción que tienes de "felicidad" es demasiado pobre: la que tienen "los tontos o los egoístas o los que no se enteran de nada", como tú dices. Está claro que Leo no habla de esa felicidad, sino de otra, que es la que interesa. Si admitimos una felicidad "honda" (y por tanto compleja, fragmentaria, hecha de la misma naturaleza que la tristeza), entonces naturalmente que se puede escribir siendo feliz. O que se puede ser feliz escribiendo. O, todavía mejor: que la felicidad puede ser un componente del impulso de escribir. Igual que la tristeza.

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  5. Disculpa la ironía del alcoholismo, etc., y gracias por el cumplido, Ángel.
    Me resulta evidente que tenemos conceptos de felicidad muy distintos, aunque creo que en el fondo no son en absoluto antagónicos.
    Afirmas cosas sobre la felicidad ajena con mucha ligereza. Al menos confío en que equivocarte, en este caso, te serviría de alegría.

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  6. Isita, corazón: tu comentario ha desaparecido. Pero ¡gracias! Besotes.

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  7. Miguel: Nuestros comentarios se cruzaron. Sí, es de esa felicidad de la que hablo, la que sabe y ha sentido que la vida apuñala más que besa y lo acepta. Y escribe porque quiere, con toda modestia, convertir en flores la basura, y, a su vez, porque escribir en sí es la felicidad. Una dolorosa felicidad, a veces.
    Gracias.

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  8. Miguel, gracias por tu comentario. En fin, que cada uno llava su cruz de la mejor manera. Supongo que es un concepto tan elástico que uno le da forma como puede. Como bien dice Leo, es un tema que da para mucho. A mí, la felicidad, es algo que no me interesa nada desde hace tiempo en el sentido de que no la persigo, aunque me interesa el concepto. Por si os interesa hay peli de Agnes Varda que se titula La Felicidad, que me parece muy recomendable.
    Saludos

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  9. Bueno, Ángel, te invito a que pienses qué persigues (tú o cualquiera) en el fondo cuando quedas con tus amigos, cuando sales a montar en bici al monte, cuando escribes tu blog o piensas en tu próxima novela, o cuando te preparas un café calentito... Lo mismo te llevas alguna sorpresa muy, muy práctica y sencilla, lejana de conceptos, elásticos o no. Gracias.

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  10. Me permito transcribir unas palabras sobre la alegría y la felicidad (y sus contrarios) escritas por Juan Pasquau Guerrero en su artículo "El crecimiento de la hierba" (www.juanpasquauguerreroblogspot.com):

    "Aquel filósofo era bastante pesimista cuando afirmaba que gozar es dejar de sufrir. La vida ni se sufre ni se goza: se asume simplemente. Y asumir la vida es estar a todo, a las duras y a las maduras. Alegría y dolor forman parte de nuestra naturaleza, son inherentes al hombre. Y en «turno pacífico» alegría y dolor se suceden en nuestros estados de ánimo. Pero es error hacer Estado de los estados de ánimo. Quiero decir que no se puede dar naturaleza institucional a nuestras carcajadas, a nuestros saltos, a nuestras lágrimas, a nuestros sustos, a nuestras sorpresas... que, en cualquier caso, se desenvuelven en un ámbito temporal y no pasan de darnos buenos o malos «ratos».


    De otra parte alegría o tristeza no tienen programa y quizá también carecen de historia. Por eso la felicidad —como la muerte— no avisa antes y eso es lo bueno en el caso de la felicidad porque nos coge desprevenidos. Piense usted lo bien que lo va a pasar mañana y verá cómo luego se equivoca. Piense en el trance amargo que pasó y verá cómo, si verdaderamente está ya en la lejanía, la perspectiva pone relumbres dorados o azules al suceso.


    Hay, pues, una ingenuidad en lo de creerse dichoso. Y otra en lo de creerse desgraciado. Sin embargo, sí es cierto que gran parte del particular optimismo íntimo depende de cada uno. El placer, el dolor son algo que pasa, dependen del momento. En cambio el optimismo es una «posición» ante las cosas y el tiempo. Una «posición» que exige un trabajo personal. No se es optimista porque sí. Ello pide una especie de disciplina y yo no sé si decir que también es una gracia especial. Entonces el pesimismo —con todas sus vertientes, desde la ladera escéptica a la quejumbrosa y desde la manía agorera a la contestataria—, es consecuencia de un abandono, de una falta de higiene mental. El pesimismo es como un traje manchado."

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